jueves, 25 de marzo de 2010

CRECER


CRECER 

“Nos tocaba crecer y crecimos,
vaya si crecimos…”
Joaquín Sabina 



Muchas veces me engaño 

pensando que soy la misma de ayer, 

la misma que caía rendida en tus brazos 

después de una dulce sesión de gimnasia amorosa. 

Pero no. 

No soy la misma, 

aunque siga escuchando a “Los Beatles”, 

y leyendo a Alejandra 

y coleccionando brujitas de cerámica. 

Había llegado a los cuarenta con la cabeza llena de pájaros 

y un puñado de certezas que se deshicieron al tocarlas 

como sucios papeles abatidas por los años. 

Había comprado verdades 

y vendido mentiras

y le tenía terror a algunas palabras. 

Creía en los ángeles, 

en la vida después de la muerte, 

en la exactitud de los relojes 

y en el amor. 

El amor. 

Qué preciosa estafa para obnubilar a las cabezas llenas de pájaros. 



Me tocaba crecer 

y crecí. 

Crecí cuando me dijiste “Chau” 

y me quedé al lado del teléfono, 

esperando una llamada que no llegó nunca. 

Crecí cuando se deshizo la ingrávida burbuja 

en la que flotaba repitiendo tu nombre, 

como un mantra 

o como un Padrenuestro. 

Y me convertí en la que soy ahora. 

La que ya no le tiene terror a algunas palabras 

y no dudaría en pedir que la desconectaran del respirador 

si estuviera inmovilizada en una cama. 

La que piensa que las palomas son ratas con alas, 

y los ángeles son ficciones con alas. 

La que sabe que los relojes son tan inexactos como el tiempo: 

una noche de dolor dura más que mil y una noches de gozo. 

La que concibe a la muerte como un final irrefutable 

y dejó de ir a misa y rogarle a los santitos: 

“Por favor que vuelva, por favor que vuelva”. 

La que sólo acepta la existencia del amor en los versos de Neruda 

porque todos los besos le saben a vinagre. 



Me tocaba crecer y crecí. 

No más palomas de la paz, 

ni ángeles de la guarda, 

ni libros de Brian Weiss. 

No más hostias consagradas, 

ni almas gemelas,

ni amores que nunca mueren. 

No más relojes para medir el tiempo eterno que me separa de tus ojos, 

de tus manos curtidas, 

de tu piel, 

de tu vida. 



Me tocaba crecer 

y crecí. 

La juventud es un defecto que se corrige con los años, dicen algunos. 

La esperanza también.




Arte: "Nevermore", Christian Schloe



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