martes, 5 de junio de 2012

PRÓLOGO DE "HERMANO"



HERMANO


PRÓLOGO


Este libro no es un libro más  para Raquel, si bien cada libro se gesta desde la profundidad de nuestro ser para que el poema crezca libre y diga lo que tiene que decir; este libro nace de la hondura misma del dolor.
El dolor se desangra en el poema, el dolor se come a las palabras.  Las palabras, sin embargo, se despuntan dejándose traspasar por el dolor mismo y así se dicen.  Por un lado, la excelencia de la construcción poética, el sonido, la armonía en cada poema, las imágenes que se transparentan en la crudeza del lenguaje.  El lector puede moverse en situaciones de la vida cotidiana dentro del poema, sin caerse en ningún lugar común, aunque estas situaciones sean simples como la que se plasma en el poema “Mamá llora”: Porque esta vez me tocó a mí juntar los juguetes.” El poema nunca decae, las palabras están puestas en el lugar donde tienen que estar, esto es simplemente una alusión a la forma, definiendo de esta manera que la autora lleva bien puesto el nombre de Poeta.  Lo que configura la imagen que tomé como ejemplo, conlleva una carga poética donde se condensa el poema mismo, al igual que “el agujero en el mantel”: ese agujero atraviesa todo el poema, sin ese agujero el mantel sería otra cosa. 

Hay un hilo conductor en este poemario. Sería muy sencillo decir “la muerte”, pero ese hilo va más allá de la muerte misma, es lo que trae esa muerte, lo que dice,  lo que calla, lo que suda y se convierte en polvo; el estado del duelo. Vuelvo a insistir, el lector puede caminar por cada poema como si fuera suyo, puede deslizarse por cada palabra sabiendo de lo que se está hablando.  Este libro llega a nosotros como un reflejo de lo que somos cuando el dolor nos atraviesa y deja seca cada parte de nuestro cuerpo; cuando la desolación es la única mirada que tenemos: es donde nuestro ser toca el límite de lo que somos, llega al límite mismo de nuestra impotencia.  Desde ese límite, desde ese fondo, Raquel supo delinear cada verso, Raquel pudo decirse con voz propia.  Y esa voz descubre a Raquel, la pronuncia, la hace una con ella.  La autora se conforma en esa Voz Poética que ya es su Voz. 

Volviendo a la temática, ¿quién no ha perdido a un ser amado? ¿Quién no ha pasado por un duelo?  El poemario se abre tocando la profundidad de la naturaleza del hombre, mostrando su finitud, queriendo calmar una sed que desde la limitación humana no puede ser saciada.  Cada poema nos pone cara a cara con lo que somos, nos lleva a reconocernos en cada herida, en el dolor, en la nostalgia, en la misma ira de no saber como sortear la imposibilidad, el desamparo; nos lleva a “deshojar el vacío”.  Hay que pasar esos “días con la frustración hecha tierra”.

Cada poema es un grito, un silencio que se parte: “Partir el pan y el cuchillo”. Cada palabra intenta un nuevo comienzo pero “la tierra en la garganta finalizando historias” nos deja a mitad de camino, todavía.  Este lugar donde el poema camina, donde trata de cerrarse: “elevo mi nada a lo que no escucha” es tocar en cuerpo y alma el límite de lo que somos, nuestra propia naturaleza, hasta donde llegamos y no podemos más.
“Dolió  aprender a no  palpar la rosa”: en ese dolor podemos decir que “el poema está terminado”.
 
Al acercarnos a la poesía cruda y desnuda de Raquel en este “Hermano”, se presiente, se vislumbra, un abrir de puertas donde la autora no deja de ejercer este oficio de Poeta al que fue llamada desde el  otro lado de la tierra, donde nace la esperanza.


Claudia Vázquez, poeta y cofundadora del Centro Cultural Alejandra Pizarnik



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