viernes, 2 de junio de 2017

LA CASA DE LA ABUELA


LA CASA DE LA ABUELA


La enorme galería

con sus rincones afilados

donde se marchitaban

los juguetes de mi padre:

el mecano,

las figuritas,

lo que no se podía tocar.

La húmeda galería donde nada estaba vivo,

media casa tomada por los recuerdos:

las fotos de Gardel y la Tongolele,

las cortinitas de terciopelo del 58

llenas de bordados y flecos,

la ventana que daba al jardín

y no se abría nunca.


El jardín,

con sus rosas y azucenas,

y un pino que agonizaba en verde

desde la Navidad del ’76,

la última.

Papá está muerto,

todos estamos muertos,

en los cementerios no hay guirnaldas.

Al costado, la fosa,

con su hervor de sapos y verano.

La Coupe Chevrolet

que no era parte de la casa,

pero era.


El dormitorio de la abuela,

siempre a oscuras,

nada de luz sobre la soledad,

nada de luz,

si no se ve, no existe.

Media casa clausurada por los recuerdos:

que no se escape el olor del hijo ausente,

que no se escape nada.


Una cocina gris donde rodaba

la liturgia del mate,

los azulejos sucios,

la cola de caballo colgada en la pared,

un espejo redondo.


El patio y su pileta de cemento,

su enorme paraíso

bordado con florcitas lilas,

los tarros de leche de aluminio,

el trote de las moscas.

Al fondo,

el gallinero.



Martinto 1031.


El pasado.


El pino, el paraíso,

¿resistirán todavía?




Arte: Lil Taylor


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